Dejar Venecia es dejar un mundo que no parece ser de la Tierra. Y no porque la ciudad se encuentre, literalmente, en el agua, sino porque tiene una magia que ninguna otra parece tener. Hemos recorrido sus puentes toda una noche sin temor alguno de que nos asalten o roben. Los bares y cafés parecen no cerrar porque hay tanto turista y Venecia es tan cara, que dormir es casi un delito.
Disfrutamos hasta el último minuto, hasta la última vista de la ciudad más romántica del mundo. Venecia, qué voy a a hacer sin ti...
En Venecia siempre veremos enormes grúas que, principalmente, trabajan en labores de mantenimiento de los antiguos edificios. No debemos olvidar que algunos datan del 1300.
Los enorme y bellos transbordadores, que realizan el cabotaje y turismo en el mar Mediterráneo, tienen paso obligado en el Adriático, el puerto de Venecia, donde miles de turistas bajan a visitarla.
El Puente de los Suspiros, que históricamente de romántico nada tiene, puesto que se trata del puente que une el Palacio Ducal, lugar donde se realizaban los juicios, y la cárcel de Venecia. Se cuenta que los prisioneros, al cruzar este puente, dejaban escapar un largo suspiro al ver por última vez las calles de agua, sabedores que habían perdido su libertad por largo tiempo.