El Vaticano, inolvidable visita.

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No retiramos ya del principal centro religioso católico. Disfrutamos de las últimas fotos antes de partir.

 El bello edificio de la sede de gobierno del Vaticano.

 Uno de los bellísimos jardines que rodean la basílica.

 La Piedad, esta bella escultura de Miguel Ángel, se encuentra en la entrada de la basílica, protegida por un resistente vidrio luego que un enajenado tratara de romperla con un martillo, años atrás.

Un guardia, con su traje típico, cuida uno de los pórticos del Vaticano. 

Completando la visita.

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Antes de partir, recorremos la basílica y pagamos - aquí todo se paga - para subir a la cúpula y techo de la basílica. Los euros, una vez más, han sido bien gastados: la vista de Roma es fantástica. Nos vamos cuando ya el guardia nos indica que va a cerrar.

La vista más espectacular de la Plaza San Pedro.

 Roma, el Tíber y sus puentes.

 La magia de Roma está en su arquitectura.

Recorriendo el Vaticano.

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Recorremos el Museo Vaticano y la Basílica. El museo es en realidad un conjunto de museos, galerías y salas, imposible de recorrer en una sola visita. Además, está prohibido tomar fotografías en ciertas áreas tales como la Capilla Sixtina.
La entrada es cara, pero poder admirar los tesoros del catolicismo, muchos de ellos con varios siglos de antigüedad,   lo convierte en un paseo obligado. Algunos de las reliquias tienen un valor incalculable.

 Hermosa escultura denominada Esferas Concéntricas.

  

La Plaza y Basílica de San Pedro.

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Una enorme explanada, donde se congregan miles de fieles a escuchar la misa papal, rodeada por más de un centenar de columnas, es la antesala de la más hermosa y grande de las basílicas alguna vez diseñada: la basílica de San Pedro.
Multitud de feligreses rezan, cantan y vitorean al Papa.


La Plaza San Pedro


Basílica de San Pedro.

En la sede papal.

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El Vaticano, o la Ciudad del Vaticano, es un microestado - inserto en la capital romana - de poco más de cuarenta hectáreas.  Aunque sus habitantes no sobrepasan los mil, la cantidad de turistas que visita el Vaticano es de varios miles al día. La Basílica de San Pedro y el Museo son obras de extraordinarias belleza arquitectónica, además que conservan piezas de incalculable valor histórico-religioso.

La hermosa avenida de ingreso al Vaticano. Su simetría permite realzar la cúpula de la Basílica de San Pedro.

Nos dirigimos hacia el Vaticano

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Es un nuevo día y nos vamos a conocer el Vaticano. En el trayecto, nos topamos con el Tíber, el río de Roma. También, con la Bocca della Veritá, la Boca de la Verdad, una escultura que señala que todos quienes introduzcan su mano en ella dirán siempre la verdad. Y una juguetería, en la cual todos los juguetes son fabricados en madera. Su nombre no puede ser otro: Pinocho.


 Dos vistas de los magníficos puentes sobre el Tíber.

 La boca de la Verdad. 

Juguetería Pinocho. La motocicleta es de madera.

La Fontana di Trevi.

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Seguimos caminando y, de pronto, sin previo aviso, llegamos a unos de los lugares más encantadores de Roma: la fuente de Trevi, la más famosa de las fuentes barrocas del mundo. Sentados frente a ella, cientos de turistas lanzan monedas de espaldas a la fuente y piden un deseo. Todas las lenguas del mundo se escuchan en las escalinatas frente a esta mágica fuente. Estamos extasiados. No hay otra palabra.



  Esta maravillosa toma es de DAVID ILIFF y la publico con su autorización. Nos permite apreciar la belleza de la Fontana di Trevi en toda su magnitud.


Recorriendo Roma a pié.

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No podemos dar recetas de cómo recorrer Roma. Tiene tantos lugares hermosos, tantas calles que desembocan en plazas inesperadas, tantos templos antiquísimos, tantas fuentes, en fin, lo único que podemos sugerir es caminar y caminar. Con un buen mapa de la ciudad, un par de cómodos zapatos y ropa ligera, además de unos cuantos euros para disfrutar los riquísimos helados que venden en las calles, podrá usted disfrutar cada rincón de esta encantadora ciudad.

 En pleno centro, el antiguo templo de Portuno

La pirámide de Cayo Cestio, cerca de la estación de metro Pirámide,

y el bellísimo templo circular de Hércules Victorioso.

Roma encanta.

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Recorrer el sector del foro romano requiere de varias horas. Pero hacerlo en un día luminoso y soleado como el que nos tocó, es una maravilla. Parodiando a Aznavour podríamos decir que las ruinas parecen menos tristes al sol.







Un lugar especial.

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Recorrer el Coliseo y las ruinas adyacentes nos hace reflexionar sobre la Historia del hombre. Utilizado como lugar de matanza en sus comienzos hasta lugar de peregrinación y encuentro en nuestros días, el Coliseo, al igual que nosotros, trata de mantenerse incólume en el tiempo.
Nos sentamos a contemplar, al igual que los otros cientos de turistas que nos rodean,  siglos de historia humana.


Cercano al Coliseo, un arco de triunfo, el arco de Constantino, en el que se inspirara Napoleón Bonaparte para ordenar construir el de L'Etoile en los Campos Elíseos de París. Por cierto que el que aquí está es una maravilla de construcción, no sólo por su equilibrio arquitectónico, sino también por sus grabados en sobrerrelieve y sus esculturas.



El Coliseo y sus ruinas.

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Nos alojamos en un hermoso hotel perteneciente a una congregación religiosa. Cercano a la Estación Termini, al Metro y al Coliseo romano, posee la tranquilidad y atención adecuada para los miles de turistas que llegan mensualmente a Roma. Sus habitaciones extremadamente limpias y cómodas nos sorprenden gratamente. Antes de salir a caminar, nos relajamos en su cuidado jardín.


Recorremos a pié las calles de Roma. Miles de vehículos nos permiten entender por qué el Coliseo está en permanente restauración. La contaminación es elevada en ciertas zonas. De trazado impreciso, pequeñas calles desembocan en bellas plazas o sorprenden con locales bellamente decorados. Roma es una ciudad encantadora, eso es indudable. Nos acercamos a uno de los sitios más visitados: el Coliseo.

  

Nos vamos a la bella Italia.

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Desde París, abordamos el tren que nos lleva hasta la bella Italia. Nuestro primer destino, Roma.
En un soleado día de mayo, un cómodo tren nos deja en la estación principal de Roma. Acostumbrados ya al orden y buen funcionamiento de trenes y metros en París, nos sorprende lo desordenado que son los romanos: los boletos no se expenden dentro de las estaciones de metro sino en los kioskos cercanos. Y esto debido a que los expendedores automáticos no funcionan. Luego de unos minutos de escuchar el idioma, nos atrevemos a solicitarlos en un, seguramente, burdo italiano. Hace tiempo ya que perdimos la vergüenza.
Roma, la eterna, aquí estamos.