Nos vamos a la bella Italia.

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Desde París, abordamos el tren que nos lleva hasta la bella Italia. Nuestro primer destino, Roma.
En un soleado día de mayo, un cómodo tren nos deja en la estación principal de Roma. Acostumbrados ya al orden y buen funcionamiento de trenes y metros en París, nos sorprende lo desordenado que son los romanos: los boletos no se expenden dentro de las estaciones de metro sino en los kioskos cercanos. Y esto debido a que los expendedores automáticos no funcionan. Luego de unos minutos de escuchar el idioma, nos atrevemos a solicitarlos en un, seguramente, burdo italiano. Hace tiempo ya que perdimos la vergüenza.
Roma, la eterna, aquí estamos.

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