Uno de los fenómenos psicológicos más interesantes que le ocurre a los turistas, cuando visitan zonas tan bellas y con ecosistemas tan frágiles como los que abundan en Chile, es que se vuelven más "ecológicos", es decir, comienzan a reflexionar sobre asuntos que antes pasaban inadvertidos: la flora, la fauna, los ecosistemas, los bosques, los ríos y playas, etc. Todo se ve desde otro ángulo cuando se visitan estos lugares.
Es lo que nos ocurre al realizar el recorrido costero entre Caldera y la desembocadura del río Copiapó, para terminar en Puerto Viejo, uno de los asentamientos ilegales más grandes que existen en nuestro país.
Caprichosas formas que la erosión, o el hombre, han construido en el desierto costero nos esperan en el camino, como esta cueva, usada, según nos cuenta nuestro guía, por los indígenas durante siglos para dormir, comer y descansar. Cierto o no, cuando la vemos en mitad del desértico trayecto, cualquiera haría eso, sin duda.
Una maravillosa e inexplicable franja verde nos señala que estamos junto al Rió Copiapó. Y digo inexplicable porque no vemos por dónde circula el agua. El guía nos explica que en muchas zonas el caudal del río es nulo y sólo la humedad subterránea permite mantener con vida la vegetación que observamos.
A medida que nos acercamos a la desembocadura del río, sí podemos apreciar un caudal aunque modesto, sirve para confirmar lo que nuestro guía nos ha señalado. Aunque la enorme capa blanca que cubre el agua queda sin respuesta. Algunos aventuran que se debe a los desechos que las empresas mineras arrojan al río y que en este sector, luego de muchos kilómetros de recorrido forman esta sustancia sin nombre. Por cierto que no soy un experto en el tema, pero para quienes recorremos este sector nos llama enormemente la atención el no ver fauna ni flora en kilómetros y kilómetros de camino.
Llegamos, finalmente, al sector en el cual el río debiera desembocar en el océano y, ¡Sorpresa!¡No hay río! El cauce natural y figuras que las eventuales crecidas han formado en los cerros cercanos, nos señalan que, efectivamente, en algún tiempo pasado el río Copiapó debe haber tenido un caudal enorme. La indiscriminada concesión, que la Dirección de Aguas otorgó, irresponsablemente, a empresas mineras y agrícolas, ha provocado que hoy la Región se encuentre en el punto preciso de inflexión entre la sobrevivencia y la muerte.
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